El teléfono repico su timbre, para anunciar la partida, el Sol no se asomaba con sus rayos aún, y nosotros abordamos un bus vacío y obscuro que lo iluminábamos con pequeñas llamaradas. De desayuno: panes, un jugo que simulaba naturaleza y el infaltable cigarro, como mesa: el bolsón con unos cuantos papeles arrugados y un cuaderno por si acaso debía anotar algo, de servilleta la manga del suéter.
Un amanecer naranja bañaba las calles, habíamos descendido y como primer movimiento el reabastecernos de más tabaco y de nuevo abordar un bus, este más poblado e iluminado; 6:30 marcaba el reloj. Me separe de mi compañero, para llegar a mi destino. Recorrí calles que no debía y di pasos de más, quizá por la misma emoción con la que había despertado, por nombrar a este sentir, diré que sabía que iba a tener un "encuentro de contrabando".
Al fin llegue, ella aguardaba con una toalla que coronaba su cabeza; un beso, un abrazo y un que bueno que veniste fueron la bienvenida. ¿Queres jugo?, me preguntó; accedí y en la cocina empezó el coqueteo, ella tenía la piel fresca y el cabello húmedo; de la cocina al sofá y del sofá al cuarto. Me dejé seducir sin oponer resistencia, me sentía cegado mientras podía observar. Caricias, un poco bruscas y por instinto alguna mordida.
De a poco la ropa se extinguió, y lo único que abrigaba a los desnudos cuerpos de la fría mañana de enero, era el calor tan jovial y apresurado. Emoción, dolor, inseguridad, placer y amor... quizá. Fue solo momento muy corto, lo justo, incompleto pero justo. Nos volvimos a vestir, ella evitando que la viera, hizó que volteara hacía la pared, pero espié; su espalda, su torso y un pecho al aire fue lo que logre a ver.
Me sentía molesto, no quería que ni me tocará, ella estaba dulce, tierna, como nunca lo había sido conmigo y como nunca lo fue. Un beso fue la despedida. Mi cuerpo se resentía y mi conciencia me disparaba sentimientos de culpa a quemarropa. Mi compañero de viaje y yo nos reencontramos, le conté desesperadamente lo sucedido, me dio tranquilidad el hablarle, de echo, solo el lo supo.
Con una sonrisa extendió un cigarro ya encendido; caminamos, escupí humo un par de veces, me serené. Habló: Fue tu primera vez, ¿verdad? Tranquilo, disfrutalo... yo sentí lo mismo que vos.
aaaaaaw...ke lindo vos..
ResponderEliminarpero ke nervios jajaja.. :S..
Las piernas temblaban y la aspiración del humo de ese ultimo cigarro fue intensa.... Me gusta el relato mano
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