En las noches la soledad desespera... Bersuit Vergabarat-La soledad
Su día transcurrió sin mayor sobresalto, llegó a la oficina; saludo, preparo algún tipo de agua obscura disque para tener algo en el estómago. Se sentó en su lugar, prendió la computadora y luego el ritual de todos los días: ingresar claves, usuarios, claves, usuarios, abrir-cerrar, cortar-pegar, Ctrl+Z, una maldición al aire, claves y usuarios, guardar, lo interrumpe la voz de su compañero al otro lado del cubículo de imitación de madera, se ríe al principio con falsedad, luego la conversación se torna amena y finaliza con una broma sin mayor gracia; cortar-pegar, un mail de alguien "familiar" y lo contesta, llamadas y mensajes se apropian del móvil y de su extensión; la hora de almuerzo hace una tregua en esa guerra campal que se torna masoquista, el dice que le gusta y que lo apasiona, dice que no trabaja que él se desarrolla como "profesional", pero no esta seguro si de lo que dice es totalmente cierto. La batalla continua y termina con una alarma que anuncia la partida, sale 30 minutos luego de que la chicharra se silenció.
Decide ir por un café verdadero, tomó el teléfono y marca el número de la persona que había pensado invitar para que lo acompañe, el cree que es una buena y amena compañía; de un momento a otro decide ir solo. Llega al bar de costumbre, un lugar pequeño un tanto bohemio y un tanto vulgar, un lugar de perfecto equilibrio. Se sienta y ordena un café, fuerte y cargado y por supuesto negro con poco azúcar, pues recuerda las palabras de su padre: "Amarga la vida y amargo el café... aunque sea que medio tenga sabor el café", piensa: "Cuanta razón tiene el viejo, aunque sea esto que medio sepa a algo". Siento el aroma a café y se le antoja de nuevo romper su promesa, pero se no lo hace, dice que tiene fuerza de voluntad y que no fumara.
Da el primer sorbo, y le trae tantos recuerdos justo de ese bar y en el mismo lugar que a su parecer son gratos... Muy extrañamente ve un niño corriendo y perderse entre la gente del lugar, luego despertó de nuevo, se volvió a acordar de su descubrimiento, recordó a la persona responsable de ello y esta vez no pudo hacer caso omiso, el café se amargo a pesar del azúcar, la rabia y enojo hacía si mismo se apodero de el, sabía que el era el responsable de permitir y no hacer nada por detener a esa persona artífice de su situación; se preguntó si lo hacía con plena conciencia o sin querer, si era parte de sus intenciones o simplemente actuaba por impulso; decidió dejar la respuesta al aire y no hostigarse más. Pidió la cuenta y se retiró.
Caminó hacía su apartamento, un lugar ni feo ni bonito, le servía para habitar. Entró casi reptando a la morada, la depresión lo consumió. Se tiró en la cama y volvió a despertar y esta vez no recordó su descubrimiento ni a la persona responsable; no, esta vez no. Despertó y pudo ver un tipo de visión, percibió el remedio que necesitaba su alma y la visión como si fuese el genio de la lampara le mostró 3 caminos: El primero era el que él ya sabía, continuar con su vida y aceptar su realidad y volverse parte de quien era responsable de su situación. La segunda, olvidarse de esa persona responsable; y la tercera la pudo ver, lo dejo perplejo, pues debía tomar una decisión... debía ceder ante el responsable y acabar con su existencia o eliminar a quien lo atormentaba. Estrepitosamente se levanto de la cama, creyó que la tercera era la mejor; un sentimiento nefasto crecía en su interior y con una sonrisa perversa tomo la decisión de extinguir a esa persona... Se acercó y quien iba a convertirse en víctima lo vio con una dulce mirada y le dijo: "¿Por qué no me habías venido a visitar?, estamos en el mismo cuarto y tenía tanto tiempo de no verte... pero sabes, que alegre que te acercaste". Con tan sublime acto, se arrepintió, se arrodilló y le pidió perdón... se echo a llorar como el niño que tenía a su lado que con dulce voz lo consoló diciendo: "Yo nunca te voy a olvidar... no llores". Decidió vivir con su niño interno muy externo.