Diego, joven que cualquier otro hubiera querido tener su "suerte"; tenía un trabajo estable, profesión respetable (y esta demás detallar cuál, todas son los mismo), familia ejemplar y una bonita novia que juntos prometían ser una espectacular familia.
Diego creía lo contrario, de suerte estaba cuerdo, según el; el trabajo casi un castigo diario, la profesión no le quedaba de otra, la familia nada extraordinario y la novia solía ser entre veces lo rescatable, con ella platicaba y podía desahogarse la mayor parte de veces y quizá esto era demasiado, más de lo que la cuota podía soportar.
Era viernes y todo marchaba como si fuese lunes, pero el ambiente era exasperante sabiendo que a las 5 podía escapar de su castigo. Pero en él había cierto sentimiento de fastidio, pensó que un correo a su musa podía ayudar a desahogarse; lo envía y la mitad del juego estaba ganado, pudo sacarse la espina que lo atormentaba, una banalidad, pero espina al fin; la otra mitad era la añorada respuesta, con un "ánimo Diego, todo va ir bien" hubiese sido suficiente. El ordenador chilla al recibir el mensaje y un flamante "No tengo tiempo para niñerías, Diego madura" fue la gota que derramo el vaso en el día.
Pareciera que estaba sentado en un rosal de tanta espina que sentía por sacar. Considero las alternativas para amedrentar su malestar, todas debían ser a solas pues estaba harto de los prejuicios y regaños con sabor a consejo que recibía. Un trago para convertirse en borrachera fue la primera y única que tomo como digna de recurrir.
5 de la tarde en punto, y Diego con un pie afuera empieza en busca de su oasis, pasa por bares y antros de todo tipo, tamaño, color, sabor y sazón, todos inconvenientes para el motivo. A la distancia un farol rojo y una alfombra de pino y rosas adornan la entrada a una casa, no tenia ni ventanas ni parecía casa. De adobe la fachada y la puerta coronada por un "NO SE ACEPTAN MENORES", hacía un mes que se había cerrado por haber sido escena de un misterioso asesinato, el único testigo un borracho casi al punto de la inconsciencia solo pudo declarar: "Lo que pasa en un putero en el putero se queda", como por hipnotismo entra. El piso de tierra apelmazada y un foco amarillo de luz tenue alumbra a medias el lúgubre cuarto, de adorno un sillón ocupado por un gordo que desparramado hacía verse cual señor en su trono y una "chica" a su lado. Una barra improvisada en la esquina, se sienta y una cerveza pide para beber. Se sentía impropio, no pertenecía al ambiente, jamás había estado en un lugar parecido y sus habitantes con la mirada lo expulsaban.
Pensó tragarse la cerveza en vez de beberla, pagar y largarse de ese lugar pues el remordimiento de sentirse traidor hacía su novia, familia incluso hacía el lo estaba devorando. La mitad del amargo brebaje yacía en el fondo de la botella, una mano se posa en el hombro de Diego y con dulce voz pregunta: ¿cuál es la prisa?. Ella no encajaba en el ambiente, le pareció encantadora. Era una mujer morena, de talla mediana, curvas delimitadas y dos pequeñas estrellas adornaban sus hombros.
El remordimiento desapareció, se sintió reconfortado con la "dama" y la cerveza llego a desaparecer de su depósito. El gordo se asoma e interrumpe el sublime intercambio de miradas cobrando la cerveza, que por parte de Diego son inocentes e incontrolables por parte de ella, es como si la misma Medusa lo estuviese convirtiendo en piedra, ojos vividos y desgastados, sin ilusión pero disfrazados con ternura. Diego se encuentra ido, se sumergió en los ojos de Estrella, vuelve en sí luego de un golpe seco del gordo para que pague, el billete hace presencia.
Como si se entendiesen a señas, los dos se levantan, ella lo toma de la mano y lo dirige al fondo del local, atraviesan mesas vacías en su mayoría; llegan a un espacio húmedo, una puerta de madera casi por caerse impide el paso hacía adentro del cuarto. Una cama pegada a la pared es el único mueble entero, en una pequeña estantería reposa una televisión. Estrella se recuesta, Diego la acompaña; una hora después Estrella sirve de paño de lágrimas. Diego hace que jure que no le diga a nadie de lo que acaba de oír, pero ¿a quien le va a contar?; ella accede a la petición. El encuentro se repite un viernes tras otro al punto de un ritual: Cerveza, miradas, el gordo interrumpe, deseo, lágrimas y una despedida que sabe a hipocresía.
Era viernes y Diego ya no le importaba si lo llamaban o no, si quien presentaba como novia le dedicaba un "te amo" o no, solo pensaba en ir a ver a Estrella. Las 5 de la tarde y un pie afuera para empezar la carrera. Llega y todo sigue como el primer viernes, la alfombra de pino y rosas, la barra y la amarillenta iluminación, el gordo cual señor en su trono y su concubina al lado. La cerveza de siempre que se vuelven dos, tres, cuatro... pero las estrellas no están, no aparecen por ningún lado los hombros con coronas celestiales. Estrella aparece de la mano de otro, Diego estalla en furia y se cegó, el tipo huye de los envases y sillas que vuelan hacía el. El gordo se levanta como si hubiese visto al mismo diablo y enardecido corre hacía Diego. "Hoy si patojo... te pasaste" se oye gritar al gordo, quien lo recibe con un envase quebrado insertando las puntas en el pecho del obeso hombre.
El lugar se vuelve una locura, todos gritan y corren menos Estrella y Diego, intercambian miradas y como si se entendiesen a señas el corre junto con el bulto de gente asustada, el único testigo es el borracho casi al punto de inconsciencia, que vuelve y repite: "Lo que pasa en un putero en el putero se queda".
Diego joven que cualquier otro hubiera querido tener su "suerte"; tenía un trabajo estable, profesión respetable (y esta demás detallar cuál, todas son los mismo), familia ejemplar y una bonita novia que juntos prometían ser una espectacular familia, sigue viviendo con las estrellas clavadas en los ojos y las sueña en silencio. Estrella no deja de robar miradas en el local de luz amarillenta y alfombra de pino y rosas, sigue siendo guardando secretos.